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Masoquismo mediático y Trump

Cada vez que escucho a un propietario o editor de medios de comunicación dándose golpes de pecho por la cobertura que se le dio a la campaña electoral en los Estados Unidos me invade cierta desazón. No termino de entender cómo pueden lamentar que una causa capaz de unificar a las más disímiles líneas editoriales en defensa de valores fundamentales de toda sociedad civilizada, se califique de equivocada por el simple hecho de que, contra todo pronóstico, Donald Trump haya ganado las elecciones.

Ciertamente los medios se equivocaron, inducidos en parte por los resultados de las encuestas y transmitieron la sensación de que la victoria sería de Hillary Clinton. En un fallo colectivo a la hora de medir la temperatura popular, alejados de la “Norteamérica profunda” y deseosos como estaban de cerrar el camino de Trump a la Casa Blanca, los medios demostraron carencias que se traducen en un divorcio de la realidad política y social en un país tan diverso y complejo.

Las verrugas de Trump

Pero no hubo ningún error cuando cumplieron con su deber al informar sobre los rasgos negativos de un candidato cuyos números, paradójicamente, mejoraban en la medida en que se daba a conocer, su errático y escandaloso historial, aun cuando la candidatura del ahora presidente electo se presentaba con una receta intragable para más de la mitad del electorado. Agresivo, autoritario, soberbio, racista, machista y proteccionista recalcitrante, Trump no ocultaba sus verrugas y, al contrario, las ofrecía como virtudes al tiempo que prometía un futuro incierto, plagado de toda clase de aberraciones y de un retroceso hacia formas de vida anacrónica imposibles de restablecer. Un cuadro desolador y el mensaje de un demagogo eficaz a la hora de reproducir la frustración de una minoría nostálgica y desasistida por el liderazgo tradicional que miró a la derecha y se topó con el tipo que les decía lo que querían escuchar.

De candidato folklórico a presidente

Pero las cosas no fueron tan simples al principio y Trump debió cruzar el desierto cargando la cruz del candidato folklórico, cuyas posibilidades eran consideradas nulas. Solo cuando los debates revelaron el manejo desaforado y destructor que dispensaba a los precandidatos republicanos con éxito arrollador en la audiencia televisiva, los medios, que hasta entonces habían jugado con una candidatura estrambótica, que no les merecía sino un divertido interés que les subía el rating, comenzaron a tomarse en serio a este curioso outsider que hacía todo lo contrario de lo que recomendaba “el librito”. Solo que lejos de caer, su popularidad subía con cada escándalo revelado y conquistaba votos en los más insospechados estratos sociales, incluyendo a muchos de sus potenciales víctimas, valga decir, por ejemplo, a los votantes latinos y/o hispanos o a las mujeres, ofendidas y maltratadas por el horrendo y rijoso galán, que no se andaba con chiquitas a la hora de conseguir lo que quería.

No fue sino cuando gana las primarias que se prenden las alarmas en las redacciones de periódicos, radios y televisoras del mundo entero. Y así, de las sonrisas despectivas pasamos al respeto y luego, cuando empieza la campaña, al temor. Este parlanchín machista estaba dejando claro que los avances en materia de derechos civiles, combate a la discriminación y procesos de integración social, con un presidente negro y la mezcla de razas, no necesariamente es un fenómeno sin paradas, desvíos y retrocesos. Eso que ahora parece acercarse, junto con otros potenciales desarreglos, es precisamente lo que los medios, quizás tardíamente, denunciaron, más allá de los miramientos de presunta objetividad y equilibrio que nunca son tales y que terminan favoreciendo a populistas sin escrúpulos. Lo hicieron y no deben sentirse avergonzados de seguir haciéndolo desde ya, dándose a la ingente tarea de convencer de su error a la mitad de los norteamericanos que votaron por Trump. De hecho, el mejor aliado en esa tarea será el propio Trump.

De Chávez a Trump

Fue ese el caso de Venezuela donde, al principio y por algunos años, los medios extranjeros y sus enviados especiales dieron cobertura amplia y complaciente a Hugo Chávez. Hasta que descubrieron, luego de la ocupación de todos los poderes, de la sangre derramada, la persecución, el carcelazo, la corrupción y el hambre, la verdadera naturaleza del ilustre finado. Pero es obvio que ni Trump es Chávez, ni Venezuela los Estados Unidos. Y, sin embargo, los mismos intelectuales europeos que le alquilaron la pluma al teniente coronel se atreven hoy a expresar, con no poca vergüenza, su satisfacción por la llegada al poder de un empresario de la más recalcitrante derecha que ellos tanto odian.


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