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La huida

Cuando un tipo como Diosdado Cabello asegura que no habrá elecciones o que estas se van a celebrar el día que fije el CNE, está diciendo una gran verdad que no deja de ser una perogrullada. Obviedad, sin embargo, que contiene algunas tristes verdades para quienes siguen aferrados a la ilusión del cambio radical, valga decir, al abandono del poder por parte del chavismo.


La primera de ellas es que el chavismo asume su condición de minoría, consciente de que los resultados de cualquier evento electoral le resultarían catastróficos. Pero una vez desechada la que alguna vez constituyó su fortaleza capital, decimos, la vía del voto, con victorias resonantes, utilizadas por Chávez para hacer y deshacer con el apoyo incondicional de las masas, debe buscar apoyo en otros espacios y afrontar su nueva realidad.


Liberado así de las últimas amarras democráticas el gobierno de Nicolás Maduro entra oficialmente en el club de las satrapías del socialismo real, una especie en acelerada extinción porque hasta la denominación de “populista”, a la usanza de estos últimos tiempos, les queda grande y no se corresponde con la relación íntima que mantuvo Chávez con las muchedumbres.


Ahora el único objetivo es el de mantenerse en el poder cueste lo que cueste y vaya que el costo ha sido y sigue siendo tan atroz que el proceso de reconstrucción demandará el concurso de varias generaciones. Entonces, se preguntará el lector, ¿si cambió la correlación de fuerzas, el chavismo ha perdido su base de sustentación y la gente está harta de tanta calamidad, ¿por qué Cabello se muestra tan confiado en la continuación indefinida de un gobierno que ya hace tiempo colapsó?


Aventuramos una respuesta: porque el chavismo cuenta con el poder de fuego y mientras los militares persistan en su apoyo al chavismo, no habrá manera de removerlo, mucho menos ahora que, despojado de la careta democrática y cada vez más aislado del mundo exterior, no se ve obligado a rendir cuentas a ningún organismo internacional en materias como los derechos humanos, el manejo desembozado de los poderes, la clausura de las elecciones, la corrupción generalizada y las vinculaciones con grupos terroristas.


Pero tampoco podemos pasar por alto lo errático que ha sido el comportamiento de las fuerzas democráticas en los últimos tiempos. Si bien en las elecciones parlamentarias del 2015 la derrota del gobierno fue tan aplastante como contundente el triunfo de la oposición, el entusiasmo generado por la existencia de una Asamblea Nacional autónoma, capaz de hacer la tarea de rescatar la democracia, se fue diluyendo ante una MUD que desaprovechó, en un momento álgido, el rechazo nacional a la celebración del revocatorio.



Maduro involucró al Vaticano, que a su vez presionó a la dirigencia de oposición, en un supuesto diálogo que no terminaría en nada y logró paralizar la movilización popular. El bache fue grande, la depresión también y aunque los índices de rechazo al gobierno son los mismos, la gente parece haber perdido la ilusión del cambio y costará mucho sacarla del desengaño y la resignación. Por el momento la lucha se concentra en la sobrevivencia, a la búsqueda desesperada del pan, de las medicinas, y, sobre todo, de un pasaje que le permita huir del infierno en que han convertido a Venenzuela.



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